Día 4
Hoy el día amanece más cargado aún que los días anteriores, y es una rabia, porque este tiempo nos está limitando mucho las visitas que queríamos hacer, pero bueno, también hay que pensar que esto son nuestras vacaciones, así que intentamos tomárnoslo con calma. Después de desayunar y ver que el tiempo no amaina decidimos ponernos en marcha en dirección a Montemor-oVelho para visitar su famoso castillo.
Según vamos llegando, ya a lo lejos impresiona la vista del conjunto, situado en lo alto de una colina nos recuerda a los castillos que visitamos cuando hicimos la ruta de los castillos cátaros. Cuando llegamos estamos solos, y ya los muros de la fortaleza nos dejan con la boca abierta dada su magnífica conservación. Hay que decir que aunque se denomine Castillo, realmente lo que se conserva son los muros de la fortaleza que lo protegía, el paso de los siglos, cambios de reyes y demás fue haciendo que la estructura central fuera cambiando, por lo que castillo como tal no vais a encontrar, pero merece la pena visitarlo. Posee una pequeña iglesia, la iglesia de Santa María da Alcácova, muy austera y donde imaginamos que no se da ningún tipo de oficio dado que no tiene ni bancos, pero tiene su encanto.
En definitiva, el conjunto definido por murallas, torreones, torreones con influencia musulmana, la iglesia y los jardines que la decoran componen un lugar bellísimo y digno de una visita, y las vistas que proporciona dada su ubicación termina de rematar la faena. Así que si podéis, no dudéis en dedicarle una visita, además es gratis, ¿qué más se puede pedir?.
Tristemente disfrutando de esta maravilla que la historia nos aporta nuestra compañera de viaje, la lluvia, vuelve a asomar y sin ningún tipo de pudor, a todo trapo como si no hubiera fin. Nos refugiamos en uno de los portones de un torreón pero es imposible no calarse dado que el viento hace que el agua venga por todos los lados…así que es no nos queda más que abandonar la visita y volver al coche.
Uno de los destinos recomendados en esta zona de las Beiras es Figueira de Foz, una de las zonas más turísticas debido a sus inmensas playas. Por lo que decidimos poner rumbo a Figueira de Foz aunque el tiempo no nos acompaña en absoluto. Cuando llegamos sigue lloviendo, pero nosotros que somos mucho de mar, decidimos adentrarnos en la arena de la playa para ver el mar, y ojo, que hay un largo paseo hasta llegar a la orilla, la magnitud de arena que hay aquí hasta llegar al mar tampoco lo habíamos visto antes.
Después de pasar una de las pasarelas de madera que te llevan hacia el mar llegas a poner el pié en la arena y eso parece que no tiene fin. La lluvia, el viento y el propio viento del oleaje que hay hacen que la visita sea pasada por arena y terminemos como sendas croquetas, y es una pena, porque esto con sol tiene que ser una maravilla, pero ahora mismo hasta el mar da miedo de lo encabronado que está.
Como está claro que hoy no podemos ver mucho porque la lluvia no nos lo permite, decidimos meternos a comer en uno de los restaurantes que hay frente a la costa. Degustamos un rico menú por un precio bastante asequible y decidimos volver a la casa ya que hoy no vamos a poder ver mucho más. De vuelta, según salimos de Figueira de Foz nos encontramos en una ladera con unas vistas geniales de la costa, nos bajamos muy ilusos pensando que podríamos hacer alguna foto, pero la lluvia no permitía mucho, os dejamos una con gotas incluidas para que veáis lo que desde allí se puede ver en un día soleado.
Regresamos a casa y “ley de Murphy” no llueve, así que decidimos dar una paseo por la finca de la casa rural en la que nos encontramos, viendo los caballos y las cabritas que habitan por allí, y a descansar con la esperanza de que mañana el día nos acompañe un poquito.
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